En definitiva, un plan de normalización lingüística, que se desarrolla como proceso social y educativo en el que la lengua accede a distintos ámbitos de uso con eficacia comunicativa, amparándonos en la observación de necesidades o debilidades y en la creación de ciertas normas y/ o medidas visibles consensadas y, así como en la extensión significativa y social del uso del idioma mediante la actividad académica en cualquiera de los soportes utilizados –analógico/ digital- y de la interacción en un ámbito marcadamente formal. Todo ello sin olvidar que la observación del alumnado gira en torno al desarrollo competencial, para el que se requiere poner el foco en una evaluación que facilite la toma de conciencia sobre su proceso (formativa).
Un plan que ofrece la visión global de lo que ha de ser una actuación, de un lado, coherente con unos principios metodológicos emanados del marco normativo que regula la aplicación de los distintos currículos, y de aquellos otros que configuran la trayectoria definida para su tránsito por los mismos, nacida del Proyecto Educativo de Centro (PEC) y y del Proyecto de Dirección (PD) que lo sustenta, que define sus objetivos, valores y metas de actuación como institución. De otro, adecuada a plazos de tiempo razonables, determinados en un cronograma, de acuerdo con la disponibilidad personal y material. 
Un plan que, dentro de una comunidad educativa plurilingüe y multicultural, ha de concebir la educación lingüística como mecanismo de extensión del uso de las lenguas, de instrumento esencial de adquisición de aprendizajes, de desarrollo del pensamiento y de construcción social de la identidad, esto es, como manera de contribuir a la adquisición del mayor grado posible de la competencia comunicativa en sendas lenguas. Lo que implica que un proyecto lingüístico de un centro requiere cierto consenso metodológico en todas las áreas que asegure que, en cualquier clase, se atiende a la comprensión de textos, se expone y se argumenta, se aprende a planificar la creación de textos académicos, etc. Porque no se trata solo del código de cada lengua, sino, además, de habilidades estratégicas, textuales y sociolingüísticas (Lomas, 2010: pp. 51-55) , de ahí que se acuda al concepto de competencia comunicativa, que implica la lingüística, la sociolingüística, la discursiva y la estratégica. 
Un plan que se inicia como prototipo (Proyecto Mínimo Viable –PMV-) que requiere una revisión y afinación progresivas en el logro de objetivos a través de metas razonables y realistas. Aprobado por el Claustro, pasa a convertirse en el Proyecto Lingüístico del Centro, que implica, pues, todas las lenguas, y a sabiendas de que se ha de caminar hacia el uso equilibrado de los medios digitales que garantice verdadero progreso o mejora de capacidades.